El mundo al revés

Después de la última glaciación, cuando dio un vuelco el clima del mundo, muchos animales murieron, pero los que supieron cambiar sobrevivieron.

Edmundo y florinda, después del último cambio climático que había desfigurado la faz de la Tierra, buscaban desesperadamente dónde establecerse.

Fue maravillosa la adaptación de las aves para aprender, durante muchas generaciones y con pérdida de millones de individuos, a buscar su alimento a miles de kilómetros, cuando el frío o el calor excesivos hacían la vida imposible en sus lugares de origen.

Ya no tendrían los problemas de la hipoteca a 50 años, ni la de encontrar un trabajo acorde con su cualificación universitaria, para qué.

Y reinventar los mejores nichos donde pudiera crecer su nidada, sorteando las nuevas rutas que a su vez habían emprendido sus depredadores buscando mejores condiciones de vida.

Ni tendrían problemas de aparcamiento con el coche: no había gasolineras, ni semáforos, ni calles, ni carreteras... ¡ni coches!

Un prodigio de evolución: unas personitas de veinte, treinta centímetros de envergadura, que tienen que emprender singladuras inciertas hacia lo desconocido.

Todo esto piensan, ahora que se ven aquí tiritando de frío en este desolado lugar, rodeados de basuras que no saben cómo aprovechar, pero de donde tendrán que sacar lo que quieran comer.

“Cabezas de chorlito”, “pájaros de mal agüero”, “apenas es flor de plumas o ramillete con alas”, “pajarracos”; y sin embargo se las habían apañado para sobrevivir en unas condiciones totalmente adversas.

Ellos vivían tan ricamente en su chalé junto al mar cerca del supermercado, del restaurante barato servido por inmigrantes a los que se les pagaba cuatro perras, y del quiosco de la prensa;

Del norte al sur, de un continente a otro, sobre desiertos o cadenas montañosas, en busca de días más largos, más comida y un clima más benigno.

Todo perfectamente organizado...cuando de repente aquella ola gigante se precipitó sobre la playa, de una punta a otra, y se quedó todo el paisaje... irreconocible.

Tuvieron que rehacer sus alas para competir con ventaja con ardientes o gélidos vientos, troquelar sus picos para poder comer distintos alimentos, elegir el color de plumas más adecuado al camuflaje, al sexo, al hábitat.

Pero en realidad nunca supieron si fue terremoto o erupción, tsunami o huracán, hielo derretido de los polos u ola de calor; parecía como si la Tierra hubiera dado un vuelco, y todo estuviera patas arriba: el mundo al revés.

Guiándose en la oscuridad de la noche por su brújula interna, y por referencias externas como las estrellas y los ríos.

Ni el supermercado, ni el restaurante, mucho menos el quiosco de prensa... Toda aquella zona, no sabían hasta dónde, estaba irreconocible.

Experimentando incluso cambios en su dieta y en su metabolismo.

De pronto, nosotros somos los pobres, los inmigrantes, los extranjeros. Estamos, como Adán y Eva, expulsados del paraíso, pero con la conciencia de haber vivido en él y el deseo siempre latente de volver.

¡Qué frágil es la vida! ¡Sobre qué equilibrio inestable se mantiene! ¡Qué sutiles son unas veces los cambios y qué brutales otras!¡Cuántas lecciones en una pequeña ave que cabe... en un puño!

¿Y ahora podremos volver a empezar? ¿Estaremos preparados para pasar de la riqueza a la pobreza, de la salud a la enfermedad, para sentirnos extraños en una Tierra ofendida?

Manolo Bordallo, 14-7-07