Lluvias, embalses e información sobre los problemas del agua en Andalucía.

Leandro del Moral, Universidad de Sevilla
Publicado en El País, miércoles 18 de abril de 2001

En los últimos días algunos sectores económicos (regadío, constructoras, consultoras de ingeniería) han relanzado su tradicional campaña a favor de las obras hidráulicas, es decir, de los pantanos. Es comprensible que estos sectores económicos reclamen la continuación de una política de inversiones públicas que favorece sus intereses. Menos lícito es hacerlo jugando con la distorsión sistemática de la información, que encuentra, además, un auditorio condicionado e indefenso por decenios de propaganda masiva.

Cuando no llueve, se agobia a los ciudadanos (a todos, a los de las grandes y a los de las pequeñas poblaciones) con la amenaza de restricciones y escasez. Mientras tanto, se vacían los embalses a razón de 8.000 metros cúbicos por cada una de las 300.000 hectáreas de cultivos extensivos existentes: una cantidad de agua, social y económicamente poco productiva, cuya adecuada asignación garantizaría plenamente los abastecimientos domésticos y de las actividades industriales y terciarias de toda la Comunidad Autónoma. Esa es la primera idea que debería tener clara la opinión pública: los abastecimientos urbanos están ya, o podrían estar, plenamente garantizados en Andalucía. Cuando se habla de agua no estamos hablando de “agua para beber”, sino de un factor de producción para una actividad empresarial. A cada habitante de la cuenca del Guadalquivir le corresponden como media 2.500 litros de agua al día (900 metros cúbicos al año). Esa es la “escasez” de la que estamos hablando. Por supuesto que no todos los ciudadanos consumen lo mismo: la mayoría usa 140 litros al día (50 metros cúbicos al año); otros, los que utilizan el agua como factor de producción, consumen muchos miles, a veces millones, de metros cúbicos al año. Entre los propios regantes el agua tampoco está bien repartida: el 2,5% de las explotaciones de regadío del Guadalquivir (6.500) consumen el 40% del agua de riego, lo suficiente para abastecer a toda la población de Andalucía (7.300.000 habitantes) durante dos años. A esto se añade que la mayoría de tales explotaciones no puede afrontar los costes económicos, por no hablar de los ambientales, que supone la disposición de ese recurso productivo. Es lícito utilizar un recurso natural para actividades empresariales (como se hace con el petróleo o la madera), lo que no es aceptable es confundir las necesidades vitales de todos los ciudadanos con los intereses económicos de un sector productivo.

Cuando llegan las lluvias y, por fin, corre agua por los ríos, el fraude informativo se recrudece. Se publican fotos de embalses rebosando (por ejemplo, el Gergal en el Rivera de Huelva) y se transmite el mensaje de que si tal o cual otro pantano (Melonares) estuviera construido se habría evitado ese “despilfarro”. Hay que decir con claridad que el hecho de que los ríos lleven agua (como que las vacas coman forraje, no vísceras de otros animales) no es ningún despilfarro, sino una necesidad sanitaria, ecológica y vital para los seres humanos: salvaguardando lo poco que queda de nuestro medio ambiente hídrico, estamos defendiendo nuestra propia supervivencia como sociedad civilizada. Pero es que, además, el mensaje es fraudulento. Por debajo de muchos de esos ríos ya nos es posible seguir construyendo embalses, ya están construidos todos los técnicamente posibles. En el ejemplo del río donde se sitúa el embalse rebosante que ha ocupado estos días algunas portadas, ya existen cinco pantanos. El volumen total de estos embalses (448 millones de metros cúbicos) supera el caudal medio anual del río (325 millones). Afortunadamente, algunos años, como el presente, el río consigue llenarlos y llevar agua. El pretendido embalse de Melonares se situaría en otro río (el Viar) y por tanto no podría almacenar esos caudales, que necesaria y afortunadamente circularán hacia el mar.

Lo mismo ocurre con el Guadiamar, con el Salado de Morón, con el Huesna, con el Guadaira, con el Guadalmellato, con el Guadialimar, con el mismo Genil y con tantos otros, en los que no es técnicamente posible incrementar de una manera significativa la regulación existente, que ya es muy elevada. Aguas arriba de la confluencia del río Guadiato en el Guadalquivir hay 8.000 kilómetros cuadrados de cuenca sin posibilidad de regulación. Por eso se plantea el embalse de Breña II como un embalse lateral que bombearía agua del Guadalquivir, pero a razón de 50 metros cúbicos por segundo, sin efectos sobre los caudales excepcionales de 2.000 metros cúbicos que han corrido algunos días por el río. El agua que ha circulado de manera excepcional por el Guadalquivir este invierno (que también tiene ya globalmente un volumen de embalse construido que supera el caudal medio anual) no hubiera sido retenida más que en una pequeña parte por la batería de pantanos que se reclaman. Desde luego, en ninguna medida por la presa-esclusa del estuario que, como sus defensores saben perfectamente, no tiene el objetivo de regular las aguas de avenida., aunque siempre se menciona en estos casos, para mayor confusión de la opinión pública.

En resumen, ni es malo que corra agua por los ríos, sino una bendición de la que nos debemos congratular, ni son ciertos los mensajes de que tal “despilfarro” se eliminaría con las presas que los interesados en ellas defienden. Además, si tales obras producirían los beneficios económicos inmensos que se afirma, ¿por qué los beneficiarios no están dispuestos a pagarlas? El día que estas actividades tengan que hacer frente a los costes del recurso agua, como tienen que afrontar los costes de cualquier otro factor productivo, muchos de los actuales problemas se plantearán en términos mucho más razonables.